íNGEL (VI)
[Pasando veinticuatro inviernos, cruzando el río helado de agosto, aún siente su calor en el recuerdo. Abre sus brazos y se lanza al vacío de su alma.]
Recuerdo haberme mirado en un espejo y no haberme reconocido.
El casi no poder dormir había hundido mis ojos, tenía dos feos surcos amoratados bajo los párpados, y me faltaban esas arrugas que solo salen cuando se tiene una mirada feliz.
A todas horas me entraban ganas de llorar. Pero lo peor es que no me quedaban más fuerzas para desatar el llanto.
Había perdido el apetito. El estómago me hacía pasar malos ratos el poco tiempo que permanecía despierta. Apenas salía a comprar cuatro cosas de picar con las que me entretenía durante diez o veinte minutos al día, y cada vez eran más frecuentes las copas de whisky tomadas una detrás de otra, frente al vacío ordenador, mientras escuchaba música para desligarme de la mente, o para unirme más a ella, no sé si una cosa u otra…
…habíamos salido al parque a no hacer nada. Ni a hablar, ni a pasear, ni a comer, ni a jugar. Sólo a estar, sentados, tirados en el suelo, o en un banco. A reírnos porque sí. A estar juntos de nuevo.
Anduvimos por el paseo buscando un rincón a la sombra bajo los árboles. Había un estanque muy grande lleno de patos y ocas a la izquierda, y puestecillos de helados, aperitivos y bebidas a lo largo del camino a nuestra derecha. Yo iba con una bolsa de gusanitos abierta y poniéndome las botas a puñados, y al ver a tres patos nadando cerca de la orilla les tiré unos pocos. Me senté en el borde y me puse a observar como comían y como intentaban “pescar” más gusanitos que los demás.
Como estaba enfrascada en mi mundillo no vi que él se alejaba un poco y que volvía al cabo de un minuto. Cuando me levanté lo pillé con los brazos tras la espalda, con cara de poco disimulo, casi a punto de reírse, y tratando de ocultar inútilmente un enorme globo de helio.
-¡¡Se te ha pirado la pinza, tío!!
Era un globo brillante con una mariposa pintada a cada lado. Creo que me puse como un tomate. ¡A mi edad con globitos!
-Anda, pon la mano.
-…
-Pero… ¿a que es bonito?
Tendí mi brazo y me ató la cuerda a la muñeca. Y nos dio la risa tonta.
-¿Cómo va a ser bonito? ¡Es una horterada como un piano!
-Jo…
Jolines, parecía una cría, tirando de la cuerda del globito-mariposa, con cara de… bueno, no sabía que cara poner, todo hay que decirlo. Me hacía mucha gracia aquella escena y a la vez me daba corte.
Y seguimos por el paseo buscando un sitio tranquilito.
El parque estaba lleno de niños y madres o niñeras cuidando de ellos. No solía salir por el parque por la mañana, yo estaba más acostumbrada a ver jóvenes paseando y ancianos sentados ocupando todos los bancos habidos y por haber.
-¡Mamáaaa! ¡Mamáaaa! ¡Quiero uno!
Pasamos al lado de una mujer que paseaba a su bebé en una sillita, seguida de una niña de unos cinco años. Y la niña no paraba.
-¡Mamá, quiero uno!
-He dicho que no.
-¡Yo quieroooo!
La niña miraba hacia arriba y señalaba a la enorme mariposa mientras se agarraba al pliegue de la falda de su madre e insistía en que le comprara un globo como el mío.
-Suelta, Marta, que me bajas la falda. Te he dicho que no.
Le hice una seña a la niña, que seguía mirándome a mí con el juguete atado en la mano, y me puse en cuclillas.
-Ven, Marta.
La pequeña Martita se llevó los dedos a la boca, como con vergüenza, pero dio unos pasos al frente y se acercó a mí. Me quité la cuerda y la até a su muñeca. Su mamá se había parado, esperando a su hija. Le di un besito en la mejilla a la niña. Me miraba con cara de felicidad.
-Toma, para ti.
Me incorporé, sonreí a su madre, que parecía agradecida, y me di la vuelta mientras me despedía de Marta con la mano.
-Seguro que a ella le hace más ilusión que a mí.
Volviendo la cabeza vi como se alejaba la mariposa hortera y gigante, doblaba una esquina, y desaparecía tras las copas de los pinos.
-Eres demasiado buena.
Y el abrazo que me dio en ese momento hizo que se me saltaran las lágrimas…
…y tumbada en mi cama, sin sueño ni ganas de levantarme, sin poder evitarlo, me puse a llorar de nuevo.
-¿Dónde estás cuando más te necesito? ¿¿Dónde??
Fue lo último que escribí de este relato a pesar de que ya tenía pensado el final. Para mí es el mejor capítulo de todos, quizá porque mientras tecleaba sentía algo romperse dentro de mí.