Dratori, a 29 de septiembre del año…
Tenía una pistola, y estaba dentro de la mansión. Al ver a las personas con vestimentas de hace dos siglos, algunos haciendo sus quehaceres diarios, inmóviles, con la mirada fija en el suelo o en el infinito, otros yaciendo inmóviles en el suelo y la carne descompuesta distintiva de los muertos, me di cuenta.
Aquí también habían llegado los esbirros.
Con cautela observaba a esos zombis aparentemente inofensivos, tratando de afirmar que no constaban ninguna amenaza, y de pronto sentí un abrazo mortal, intenté girarme pero no podía, estaba atrapada, pero pude ver que nadie, o nada, me estaba sujetando, tan sólo había un aire putrefacto en aquella sala, hasta que imaginé que tal vez se trataba un esbirro de la muerte el que me estaba absorviendo la vida.
Di una coz y aquel abrazo dejó de ahogarme, rápidamente saqué de mi mochila una especie de cámara de fotos y apunté a todos lados, hasta que vi a través del cristal una figura que portaba capas rasgadas y un rostro de calavera amarillenta y resquebrajada que me miraba con odio, cuando extendió los brazos dispuestos a mantenerme inmóvil de nuevo cogí la pistola y le asesté dos tiros en la cabeza, causando un retroceso que duró poco. Volvió a arremeter contra mí, esta vez con una hoz que surgió de la nada entre sus esqueléticas manos con la que pretendía cortarme la cabeza, pero el destino quiso que me tropezara con uno de los zombis que habían el suelo pudiendo así esquivar la siseante hoz que a penas logró rasgarme una mejilla. Rápidamente giré sobre mí misma y pude esquivar otra vez la hoz que acertó esta vez de lleno en el cuello de una mujer zombi. Corrí hacia la chimenea, cogí el atizador y, como su nombre mejor indica, le aticé en la cabeza con toda la fuerza que quedaba en mí.
Su calavera rodó sobre mis pies ,mientras me maldecía en la lengua demoníaca. Su suerpo permanecía quieto a un metro de mí, le di una patada y cayó junto a la cabeza. Estos seres son capaces de hacer retornar sus extremidades a su cuerpo, así que antes de que esto ocurriera, puse un pie sobre el rostro amarillento y empecé a pisotearlo, mientras el monstruo chillaba y maldecía, pisé hasta que me mis pies, doloridos, decían basta. Retiré la pierna y sólo vi una calavera más en la sala. Con el esbirro una vez muerto, me adentré en la siguiente sala, justo y tal como la anterior, las paredes de papel estaban rasgadas y resquebrejadas, con moho y humedad por todas partes, la lámpara de araña estaba posada en una silla, y el hueco que había dejado en el techo era ahora hogar de cientos de arañas. El presidente estaba de espaldas frente la chimenea que estaba encendida y proyectaba una sombra siniestra y delgada que llegaba hasta la puerta. Preparé la pistola.
-Presidente…
Sin obtener ninguna respuesta, me acerqué lo suficiente para poder alargar la mano y apoyarla en su hombro…
Pero…
No pasó nada.
Porque sin apenas darme cuenta, ya yacía en el suelo a la vera del presidente, cuya mirada inhumana me observaba mientras de su boca goteaba en mis mejillas la sangre que una vez estuvo en mi interior.