Me gustaría sentir tus dedos deslizándose por mi entrepierna, tu aliento en mi nuca erizando mi vello. Querría notar con deleite cómo aprietas mis pezones con la otra mano, ni demasiado flojo, ni demasiado fuerte: en su punto. Mataría por percibir tu órgano sexual apretado contra mi espalda, a la vez que mordisqueas el lóbulo de mi oreja derecha (es muy importante que sea la derecha).
Y sin embargo, ¿qué tengo? Una habitación llena de reproches, un corazón en ruinas y un vacío sordo en mis entrañas. Nada más, salvo quizá el repiqueteo en mis oídos de un “lo prometiste, no puedes hacerlo” ajeno.