— Lunes, 20 de junio de 2011 a las 18:27

Arrodillose y postrose ante las piernas titubeantes de su madre. El tiempo ha pasado, y como las de todo ser viviente sus huellas han quedado marcadas en la nieve. La mujer ha seguido su propio camino sin detenerse a mirar atrás, sin buscar el porqué estaba sola o qué había sido de sus queridos hijos a los que en otras épocas tanto amor profesó. Ahí se ve, en los repliegues de piel que rodean sus ojos, en la comisura de sus apretados labios: las huellas en la nieve. Carlo implora perdón a su madre, trata de hacerla volver con él a su mundo, mas es tarde. Los ojos de Aurelia solo muestran el frío de un glacial del mar írtico, espejos opacos incapaces de observar más allá de su propia luna. Y entonces, una lágrima se desliza por la mejilla de Carlo y se aparta del camino de su antecesora, la cuál, al verse liberada del obstáculo que la impide avanzar, comienza a caminar renqueando muy despacito. Poco a poco, un paso, dos pasos, tres pasos más, se tambalea, uno más, recupera el equilibrio, cuatro más…y cae. Cae. Cae sobre el abrigo de hojas muertas del otoño.

Hola lector! Chevismo cerró ‐ como habrás observado ya. Rescaté el diario porque siempre le tuve mucho cariño. En el proceso de rescatarlo me enamoré un poco otra vez de él...

En algún momento añadiré de nuevo la capacidad de escribir nuevas entradas y comentarios. Gracias por pasarte por aquí.

También quiero hacer una especie de "libro" con las entradas más emotivas y algunos comentarios. Poco a poco!