Le odia pasivamente, sin delirio ni vehemencia, con un odio frío de hielo seco a -79킺C. El corazón ya no se le mueve locamente tironeando dentro de su caja torácica, ni repiquetea contra sus costillas. Ya no se precipita hacia el vacío de sus ojos ni la ciegan sus sonrisas partealmas…
…no al menos hasta que le imagina recorriendo con la lengua su esternocleidomastoideo y dibujando con las manos la pasión en sus senos. En ese momento, todo ese odio desaparece sin más, dejando en su lugar una mezclolanza de feromonas y hormonas alteradas a punto de explotar. Ya no le odia.