La calle estaba vacía y apenas iluminada. No había nadie. No se escuchaba nada excepto el estertor de la discusión con su novia que aun zumbaba en sus oídos reverberando los gritos entre las paredes de su casa. Caminaba sin rumbo, se movía como una sombra. Parecía que levitara al andar. La sangre se agolpaba en su cabeza y los latidos en sus sienes no le dejaba pensar.
La luz y el sonido de una sirena de policía le trajo a la realidad. Apretó su puño derecho en el bolsillo, preparando el cuchillo por si fuera necesario y agarró con fuerza el pelo de la cabeza de su chica. Miró hacia atrás. Un reguero de sangre manchaba las losas de la acera. No tenía tiempo, pronto darían con él. Acelerando el paso llegó hasta el puente a las afueras del pueblo. Se había cruzado en su camino con 3 personas que habían salido corriendo entre gritos.
Se subió encima de la valla de seguridad del puente. No se preguntaba cómo había llegado ahí, ya no había vuelta atrás. Echó una última mirada a los ojos de su novia decapitada y los sentimientos volvieron a él. La rabia y el odio recorrió sus venas y en impulsos le arrancó las cuencas oculares aplastándolas en su puño cerrado. Clavó el cuchillo en la boca de ella y lanzó la cabeza al vacío. “Eso por zorra” dijo su conciencia.
Pasaron 5 minutos. Seguía allí encaramado al puente. Estaba pensando y recordando todo lo que había pasado. “¿Quien es ese con el que bailabas, eh zorra?” “Es mi primo idiota, estás obsesionado” “Cuando lleguemos a casa vamos a hablar tú y yo”. Era lo último que se habían dicho. Después no hubo palabras, solo golpes y gritos. Ella apenas pudo defenderse. Recordaba sus ojos en blanco mientras la estrangulaba, sus súplicas pidiendo piedad.
La policía llegó al puente. Miro atrás y saltó, saltó al vacío.
Miró a la cara a la muerte y pasó de él, sabía que la vida era peor castigo que llevarlo con ella en ese instante y allí se quedó, tirado en el suelo tras el impacto, vivo y sangrando por todo su ser.
Parpadeó. Seguía respirando aunque le dolía. Estaba vivo. Sonrió…