Me gustaba quién era contigo. Parecíamos dos quinceañeros locos el uno por el otro, todo permitido menos besos en los labios. El mundo se tornaba de otro modo cuando nos cogíamos de la mano y jurábamos que no acabaría jamás, que siempre seríamos amigos, era como si de golpe nada pareciese imposible.
Nos mirábamos sonrientes y sobreentendíamos, “no pasa nada, solo es un juego, un maravilloso juego”. Nos abrazábamos como si solo existiese el presente, hablábamos horas sobre todo y sobre nada, mil quinientos sms's por hora, tres mil pensamientos al día sobre qué haríamos cuando nos viésemos la próxima vez.
¿Qué pasó? ¿Cuándo se mezcló ese juego con algo más? No estoy seguro.
Se destruyó, se destruyó en mil pedazos, y sin embargo…no se rompió. No se rompe.
Tanto hablar del fin…una y otra vez…que ahora apenas duele.
Apenas. Casi nada. Lo justo.
Lo mínimo como para salir herido, lo suficiente como para no estar vivo.
Tomo prestadas frases de algunas canciones, me son útiles. Ya no me quedan palabras propias, te las llevaste contigo, chérie. Me arrepentiré de escribir esto muy posiblemente, pero bah, que más da, si nunca lo verás, ojos aguamarina. Y así debe ser, no hay vuelta atrás. Te dejo marchar, sin complicár las cosas de una manera aún mayor a lo que ya hice.