Es curioso. De la noche a la mañana me he convertido en una masa sanguinolienta y llorosa.
Esputo mi dolor en todas partes.
Lo mismo en medio de una clase tengo que echar a correr para llegar al baño y que no me vean derrarmar ni una sola lágrima, como me ocurre mientras micciono, saco la basura o estudio.
Doy pena, la verdad. Pero no pena de “oh, pobre” sino de “dios, qué asco, que no se me acerque”.
Trato de llevarlo bien, no quiero dejarme caer en el juego de la depresión que una vez hace mucho tiempo casi rocé, intento ser feliz, de veras, pero están esos llantos intempestivos. De golpe. Sin ni si quiera pensarte. Creo que no consigo bloquearte como debería y afloras así, porque no te dejo hacerlo de ninguna otra manera. No me lo puedo permitir.
Y aún así me dirás que no me importabas, aún así.