Rachida y yo (porque no hay que hablar sin conocer).
Me mira con sus ojos oscuros, penetrantes, cuando le hago una broma estúpida cualquiera mientras esperamos a que venga algún niño para jugar con él, somos voluntarias de la Cruz Roja. No sonríe ni si quiera, parece tensa. Me acerco un poco más a ella, trato de sonsacarle alguna palabra con amabilidad, no funciona. A punto de rendirme, le preguntó que cuánto lleva en España, si ha tenido algún problema para integrarse y que si es feliz aquí. Por fin se relaja y lanza un suspiro. Lleva aquí desde los doce años y trabaja en el mercado tres días a la semana (se levanta a las 5 de la mañana para ello, y acaba su jornada a las 3 de la tarde. No se sienta en ningún momento). Habla en un perfecto castellano, aunque de vez en cuando mezcla palabras en catalán, cuando indago sobre ello se ríe y me dice que no puede evitarlo, aunque entiende todo sin problemas. Me relata su llegada a España, el cómo sus compañeros de clase la llamaban mora, la maltrataban y le hacían el vacío, parece muy triste. Posteriormente me confiesa que ese fue el principal motivo por el que decidió no seguir estudiando, no quería ser tratada de ese modo por nadie. Tenía miedo al principio de que yo fuera a tratarla de forma similar, está bastante acostumbrada. Dedica dos tardes a la semana yendo a jugar con niños enfermos al hospital, y también participa frecuentemente en otras actividades de la Cruz Roja. Su madre apenas sabe hablar español, aunque lo ha intentado de muchísimas formas, tiene como 30 diplomas de cursos a los que ha ido, pero no termina de aprenderlo. La interrogo sobre la vida en Marruecos y la gran diferencia que hay con el norte de España, ella coincide conmigo, ambas creemos que en el sur la gente es más abierta y tiene más salero. Le gusta vivir en España, pero extraña su tierra. A ella le gusta Marruecos, y quiere volver allí algún día. Querría saber más sobre Rachida, mucho más, pero viene un niño y ella sonriente va hacia él.