¿Sabes qué? Que creo que he sido una idiota todo este tiempo. Me insististe tanto para que volviésemos a hablar, me decías que te importaba tanto y que estaba tan equivocada que creía que aún, unos cinco-seis meses después, pensarías en mí de vez en cuando. Pero no. Realmente no es así.
Y es curioso, tengo una mezclolanza de sensaciones, por un lado el triunfo de saber que tenía razón, por otro la desazón por tener esa razón.
Podría llorar o podría reír. Podría llamarte después de este tiempo para decirte “sabía que eras un capullo”, o para pedirte unas explicaciones que en realidad no quiero. Sin embargo, no haré nada de eso. Todo seguirá como hasta ahora, tú por tu lado y yo por el mío. Tú igual de mentiroso que siempre y yo un poco menos confiada que antes. A partir de hoy, lo que crea tendrá más peso que lo que me digan. Las palabras son vanas y ya tengo múltiples pruebas, incluída la que me acabas de dar.
En fin, que seas feliz con tu bichito palo. Agur.