En el angulo oscuro de la habitacion habia una vaca con manos, o unas manos con una vaca. Sea como fuere alli estaba, intangible. La vaca mugia la melodia de mis sueños, mi despertar enfermizo. Era tan hermosa. Su piel, moteada hasta el ultimo recondito, de una textura solo advertible a las alfombras turcas (las baratas no). Cantaba “Una lagrima Furtiva” con tal delicadeza que hasta el mismisimo Caruso reviviria y moriria en el acto por los celos. Sus manos humanas, huesudas cual madeja de…, huesos, balanceaban entre sus dedos los acordes de un instrumento hibrido, a medio camino entre la combinacion de una barra de pan con mermelada y un diptero de las exoticas especies de la polinesia maori. !Oh, tú, mi vaca! Solamente tú, mi eterno mugido. Entierreme, matame, o mejor dicho, al final, despiertame.