A veces sólo tienes ganas de sentarte en frente de una hoja de papel en blanco y esperar a ver qué sale. Si será algo bueno o por el contrario será otro pensamiento fugaz que parece muy lúcido al principio pero después termina por difuminarse más y cada vez más hasta que de tal idea originaria no tienes ningún vestigio memorizado en tu cabeza. Lo he pensado miles de veces, antes de acostarme, mientras me duchaba, mientras caminaba. He tenido ideas, y luego a la hora de plasmarlas queda todo muy manchado y termina siendo algo completamente distinto a lo que en un primer momento habías pensado. Es lo que tiene tener poca creatividad y mala memoria.
Es duro vivir con una mente poco creativa, porque te obliga a pensar en cosas reales. Y la realidad es muy fea, y muy puta. Podríamos decir que la realidad es una yonkie rumana, o que es Belén Esteban. En cualquier caso, nada bueno puede salir de una yonkie rumana. Por lo que análogamente tampoco saldrá nada demasiado bueno de aquí.
Hoy me he sentado en mi butaca con un enfoque de conspirador. Leyendo y releyendo en varios sitios he llegado a la deducción de que la especie humana conoce por sí misma el grado de amenaza que representa para el resto del Universo que ha decidido extinguirse ella misma. El arma de dicho holocausto: la estupidez.
La estupidez es el arma química más mortífera y letal de todas. Llega a todas partes, es indetectable a simple vista, se transmite con mucha facilidad, es un virus mundial (nada de endemismos), y la mayoría de la población sufre o está en riesgo de sufrir su contagio. Por último, es un virus terminal. Una vez lo pillas, es difícil quitártelo de encima, y te sigue toda la vida.
Allá donde vayas, manifestarás sus síntomas, tus flemas contagiarán a los demás, o al menos les pondrán en alerta. Es un virus tan perfeccionado que hasta cualquier sujeto puede llegar a contagiarse y no darse cuenta de su infección hasta que ya es demasiado tarde.
Muchas veces el virus se camufla. Algunos agentes contribuyen a su propagación, ayudan a extenderlo. Aquellos agentes que lo combaten no tienen mucho que hacer, nada puede escapar a su control, es inevitable. No hay vacunas, no hay fármacos. Es el destino.
Hay distintos grados de infección: Los hay más leves, tratables, y los hay más graves, que necesitan de intervenciones de urgencia y distintos tipos de terapia (principalmente terapia de choque). En cualquier caso, los pacientes deberán de tener constancia de su enfermedad primero antes de poder tratarla.
Pero es muy difícil tratar una enfermedad que todo el mundo sufre, pero que no todo el mundo se da cuenta de que sufre. Esto dificulta en gran medida la tarea del sanitario, que deberá de verse en uno de los trabajos más duros que haya conocido la especie humana. El sanador de este virus no puede ser un cualquiera, deberá de lucir los más altos grados de perfección humana descubiertos desde los tiempos de la educación platónico-socrática.
La estupidez es real, la estupidez está en tí, está en mí, está en todos. La estupidez no conoce de razas, de etnias, de geografía o de tiempo. Se muestra impasible ante los elementos más básicos, ante los principios más intrínsecos. La estupidez no la creó el hombre, nació con el hombre. El sujeto cero de la estupidez es del mismo gen que creó nuestra especie. Y hemos sabido adaptarnos tan bien a ella, a tener tan alto grado de simbiósis que su existencia es casi imperceptible. Pero está ahí.
Lamentablemente yo no tengo la cura. Dudo de que nadie la tenga. La cura debe de encontarse en uno mismo, en otro, o debajo del cojín del sofá. El caso es que aún debe encontrarse. El primer paso para empezar a buscar, aprender a pensar.
Platón estaba tonto, estoy convencido de que Aristóteles quizá se lo dijera así en algún momento. Y si no, ya estoy yo aquí para decirlo. La perfección no es sinónimo de placer. Todos creen que lo perfecto hace feliz, pero no tienen la acepción correcta para cada vocablo que se utiliza a la hora de plasmar esa creencia.
Y la estupidez es una palabra destructiva para referirse a la verdadera amenaza.
Yo diría ignorancia.
Tu problema no está en la creatividad, tu problema está en tu perfeccionismo. Limitas tu propia creatividad, la cual intuyo que para nada es pequeña. La limitas haciéndote consciente una y otra vez, sobre todo cada vez que se te ocurre una brillante idea, que a la hora de expresarla, materializarla o plasmarla es como si perdiera el brillo que tiene en tu cabeza. Se pervierte. La realidad la deforma y dejas de percibirla como hiciste en el momento de su nacimiento. Las ideas nacen, crecen, se reproducen y mueren como nosotros. Solo valoras su nacimiento, pero no soportas la idea (y nunca mejor dicho) de que crezca, de que evolucione, cambie y tenga que lidiar con el sistema igual que tenemos que hacer los humanos. Las ideas también sufren, y eres muy empático con ellas. Te machaca no poder hacer nada por conservar la pureza que tienen en tu interior. Pero la vida es así, tienes dos opciones: o vivir como un Dios o un monstruo apartado por completo de la humanidad (muerte fácil), o vivir como lo que eres, como un ser humano que no todo lo puede por mucho que lo quisiera poder, aceptando que puedes más de lo que crees aunque no sea todo (vida fácil, pero muy difícil de conseguir, también hay que decirlo).
La cura es sencilla: tener fe en uno mismo para tenerla en el resto. Y no ser una marioneta más del sistema experimentando emociones como alegría, tristeza, miedo, ira, asco, etc. de forma tan poco eficiente. Nos enfadamos con demasiada facilidad, solo buscamos el placer como si la vida solo consistiera en ello.
No tengas fe en la esperanza.
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Anónimo —
Martes, 9 de julio de 2013 a las 18:32