Cuando ocurre una desgracia -cómo podríamos llamarlo si no- ya no sabemos qué hacer. Resulta demasiado extraño seguir con nuestro ritmo de vida, como si no pudiésemos avanzar porque hay un bache. ¿Qué hacemos? ¿Pasamos por encima? ¿Sigo yendo a comprar por las mañanas, aún cuando sé que tú no podrás pisar una? ¿Sigo hablando sobre actualidad? ¿Llego y saludo a quien sea, saco un tema de conversación recurrente -ahora se habla mucho de la OMS y la carne nueva cancerígena. Hola, cáncer - y hago como si no tuviese un hueco sucio en mi cerebro?
¿O quizás, por el contrario, debo sentarme a observar el bache? Me siento en el suelo, me cruzo de piernas y observo un bache que no me llega ni al tobillo. Pero un bache, al fin y al cabo.
Ya huele a tubería rancia. Ya se ha tornado oscuro. Se puede salir a la luz. Puedo garantizar mi salida. Pero no puedo garantizar la tuya. Necesito que superes el bache conmigo.
Puedo intentar curarte las heridas si te caes, pero no sé curar. Ni siquiera me curo mis heridas, porque me enseñaste a ser demasiado fuerte. A mí se me curan solas.