A decir verdad Beigbeder no es tan imbécil como a veces quiere parecer ser. Dio en todo el blanco cuando señaló que somos un producto: «un producto con fecha de caducidad» para ser más exactos. Lo primero era observación, lo segundo licencia literaria. En cierta manera trasponiendo lo que en su día ya sentenciaron otros más ilustres.
Pero no deja de ser cierto, somos un producto: ellos lo referían en una dinámica general, en la superestructura, un producto de la Ilustración, un producto de la sociedad capitalista de consumo, un producto de Occidente. Otros por su parte matizaron y dieron forma a otra idea que revoloteaba por algunas mentes inquietas como era la situación inmediata o absoluta del individuo: eres un producto de tus padres, de tus profesores, de tus compañeros y amigos; eres un producto moldeado por lo que consumes, por lo que lees y ves, por lo que estudias.
Esto le quita toda la gracia a las personalidades - y con ello me refiero a individuos notorios en la Sociedad -, que no dejan de ser otro producto de otras circunstancias. Ellos enmascaran el plagio con mucha mayor delicadeza y sutileza (o no, dependiendo de a quién vengan representando), pero está ahí, a la vista para cualquiera que se fije lo suficiente.
Conociendo todo esto uno se pregunta hasta qué punto es dueño de sí mismo, capaz de moldearse, de interpretarse, y de vivir.