Que es la interioridad?
Voy a escribir una serie de reflexiones sobre la vida, que algunas no tendrán conexión entre ellas ni lógica normal, pero que en la realidad más pura guían la vida y su cauce más que ninguna otra cosa.
Es un error pensar que los momentos cruciales de la vida, cuando su habitual dirección cambia para siempre, deben ser momentos chocantemente dramáticos, que deben ser sometidos en nuestro interior a una fiera lucha interna. Esto no es más que un cuento de hadas, puesto de moda por sensacionalistas periodistas, por directores de cine que buscan la gran pantalla y por autores cuyas mentes parecen planas. En la realidad, los momentos dramáticos de experiencias que determinan nuestra vida son increíblemente suaves. Tienen tan poco que ver con el bang, el flash, o la erupción volcánica que, en el momento en el que ocurre, la experiencia pasa casi desapercibida. Pero cuando su efecto revolucionario surge y coge nuestra vida por sorpresa, alumbrándola con una nueva luz, dándole una nueva melodía; una silenciosa maravilla acaba de ocurrir, y su maravilla reside en su especial nobleza.
Ahora debo escribir sobre el interior, y me pareció una buena idea comenzar con aquella reflexión sobre el transcurrir de la vida. Y recordé haber leído una vez en algún lugar algo que no recuerdo exactamente, pero cuya idea se me quedó grabada para siempre. La historia decía algo así: Yo estaba viendo un escaparate, donde el sol de aquella tarde me hacía ver mi reflejo en vez de los objetos expuestos. Era ligeramente irritante estar puesto en mi propio camino, y estaba a punto de entrar en la tienda cuando al lado de mi reflejo apareció la figura de un hombre mayor. Él estuvo quieto, sacó unos cigarrillos y empezó a fumar. Mientras daba la primera calada pasó sus ojos por el escaparate hasta parar en mi propio reflejo, yo traté de hacer como que miraba fácilmente los objetos del escaparate, evitando su mirada reflejada. Lo que el anciano veía era a un joven con gafas de sol mirando distraídamente un escaparate, con los cascos puestos e ignorante de su alrededor, arrogantemente ignorante. Y esa no debía ser la única ilusión que mi reflejo producía en el anciano. Alternando su mirada entre la gente que pasaba por la calle y mi reflejo no podía ser capaz de intuir nada de mi propia fragilidad que no iba muy de acuerdo con mi orgullo… A la vez me iba dando cuenta de que yo nunca había sido así en mi vida, ni en el colegio, ni en la universidad… Y por ello me daba cuenta de que no éramos más que totales desconocidos, protegidos no sólo por el engañoso exterior del mundo, sino también por el engaño que existe a raíz de ello en todos los interiores del mundo.
La historia que yo una vez hace tiempo había leído bien puede ser totalmente diferente, pero el tiempo y las continuas reflexiones sobre lo mismo la han recortado y adaptado supongo a lo que a mí mejor me venía, y ésa es mi visión del interior.