No debería estar escribiendo esto… pero aquí estoy. Sigue siendo mi cenicero de lágrimas.
Cuando cortamos el contacto con otra persona, da, en cierto modo, la impresión de que su vida, para ti, se paraliza. Antes, sabías el día a día de esta persona, conocías sus movimientos, los lugares que frecuentaba… pero al acabarse el lazo que os une, al cortarlo, al romperlo… el cerebro piensa que la rutina de esta persona sigue cumpliendo los esquemas que tú conoces, los que seguía cuando estaba contigo.
Pero no. Es falso. Su vida “como la tuya” no se para. Sigue, continúa, evoluciona. Cuando te das cuenta, es un golpe. Que duele.